Por: Myriam Jimeno. Profesora, Universidad Nacional de Colombia.
Publicado en ELESPECTADOR.COM/cartas de nuestros lectores/2 Junio 2010
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El domingo 23 de mayo Álex Quintero fue muerto a tiros en Santander de Quilichao, en el norte del Cauca, cuando llegaba a su casa.
Venía de su trabajo en el Alto Naya, donde era un reconocido dirigente campesino, presidente de la Asociación de Juntas Comunales. Era activista de los derechos de la población multiétnica que buscó un mejor vivir en esa remota región. Se destacó por haberse empeñado en conocer la verdad y lograr que se hiciera justicia por la masacre del 2001 en el Alto Naya. ¿Quiénes la instigaron? ¿Por qué “no son judicializados ni procesados los responsables?”, reclamó en público varias veces.
Álex tenía 37 años, hijos muy jóvenes y un tesón enorme para organizar, para conectar la diversidad de puntos de vista de indios, campesinos y negros, de comerciantes y cultivadores, todos ellos habitantes del Naya. Por eso lo conocían y respetaban. Murió en la misma semana en que fueron asesinados otros tres dirigentes rurales. Es necesario averiguar por el crimen de estos defensores de derechos humanos, dijo el Ministro del Interior y Justicia.
Justicia, en efecto, es lo que no hay. Ni para responder la pregunta insistente de Álex, ni para indagar por su muerte. De nuevo es la repetición de esa historia de una y tantas otras veces en estos años, que ya hasta parece sin sentido hablar sobre un nuevo caso. Pero por duras que sean las circunstancias que viven, las personas tienen la posibilidad de decidir su conducta a plena conciencia. Esa libertad nadie nos la puede arrebatar, dijo Viktor Frankl, sobreviviente de los campos nazis, pues allí se encuentra el sentido de la vida frente a lo que de otra manera sólo serían hechos de brutalidad y de injusticia. Por eso, en el entierro, centenares de indios y campesinos desfilaron en el calor agobiante de Santander. Con sus emblemas y pancartas, ante ojos, curiosos unos, amenazantes otros, se obstinaron en su lucha por encontrarle sentido a la vida de Álex y a sus propias vidas. Lo hallaron en su reclamo público y en la esperanza de que esa protesta abierta permita dejar atrás la extendida idea, compartida en demasiados ámbitos, de que un dirigente crítico es una amenaza, en vez de una garantía para una mejor sociedad.