Los dibujos Antommarchi

Myriam Jimeno

Palabras en la entrega de la edición facsimilar de las Planches anatomiques du corps humain: executées d´aprés les dimensiones naturelles, de Francesco Antommarchi, Claustro de San Agustín, Bogotá,  octubre 22 de 2009

Con la entrega de la edición facsimilar de los dibujos Antommarchi se inició el calendario de la Universidad Nacional para la celebración de los 200 años de vida republicana y los 142 de empeño en el proyecto  cultural que se llama Universidad Nacional. El camino recorrido para llegar a mostrar esta hermosa colección deja ver al mismo tiempo las dificultades – pequeñas y grandes – de estos proyectos culturales en nuestro contexto social, tanto como trasluce el tesón y la convicción profunda de quienes los hacen posibles. Es gracias a ese empeño personal, a ese jugarse por ellos, como la sociedad colombiana puede contar con el rescate de los Antommarchi, como puede contar con el empeño en mantener un proyecto social de 142 años.

Conocí de estos dibujos en el año de 1991 por la profesora Estela Restrepo, docente del Departamento de Historia e investigadora del Centro de Estudios Sociales, CES, de la Facultad de Ciencias Humanas. Escuché medio escandalizada, medio incrédula, su relato del encuentro en 1984, en un sótano, de unas desconocidas planchas de anatomía. También por años escuché de su lucha para interesar a la Universidad en su restauración y difusión y debo confesar que hasta dudé de que tales dibujos en verdad existieran o fueran valiosos. Pero el que persevera encuentra, dice el refrán. La oportunidad se presentó con el doble aniversario de la Universidad y de nuestra historia republicana. En la primera parte de investigación y restauración la apoyaron los profesores Fernando Montenegro, por entonces Vicerrector de la sede de Bogotá y la secretaria de la sede, Profesora Carmen María Romero. Posteriormente, el rector Moisés Wasserman y los integrantes de la Comisión para la Celebración del Bicentenario apoyamos la idea de la edición facsimilar acompañada de una exposición en el Claustro de San Agustín.

Fue posible acceder al contexto histórico de la producción de esta obra, cuando la historiadora Estela Restrepo, en el curso de sus indagaciones persistentes, procuró en 1990 a la doctora Ema Alder, profesora de la Facultad de Medicina hasta su retiro. Ella le entregó, con destino al recién reconformado Museo de Historia de la Medicina,  una carta recibida de su colega y amigo, el profesor de microbiología Andrés Soriano Lleras. En ésta comunicaba la importancia de la obra y narraba a grandes rasgos la biografía de Francesco Antommarchi.

Andrés Soriano sabía del valor de las Planchas, que al parecer encontró cuando conformó en 1960 el Museo de la Facultad de Medicina, Museo que duró sólo hasta 1964. Veinte años más tarde, en 1984, Estela Restrepo las encontró en el sótano de la Biblioteca Central, mientras indagaba por la historia de la pedagogía en la Universidad Nacional. Soriano, celoso de la guarda de las Planchas, le había pedido a la Dra. Alder que sólo le entregara la carta al rector de la Universidad que se hubiera leído el Quijote porque según él, el mundo  se dividía en dos: “Una mitad conformada por los que habían leído el Quijote y la otra, por los que nunca lo iban a leer”.

Por la carta y por las pesquisas adelantadas por el Grupo de Investigación sobre Historia de la Medicina de la profesora Estela Restrepo en el CES, sabemos que FRANCISCO ANTOMMARCHI Y MATTEI nació en Córsega en junio de 1789. Hizo sus estudios de medicina en Liorna, Pisa, bajo la dirección del notable profesor Mascagni. Las lecciones de este profesor, uno de los más grandes anatomistas de su época, fueron aprovechadas por Antommarchi de manera extraordinaria, pues realizó un profundo estudio del cuerpo humano en sus PLANCHAS ANATOMICAS, el cual ha sido considerado como uno de los trabajos más notables de su tiempo. También en Florencia ejerció la cátedra de anatomía, en el año de 1813.

En 1819, por petición de la madre de Napoleón, doña Leticia Bonaparte, fue nombrado médico del Emperador en su destierro y partió con él para la isla de Santa Elena. Afirmó que el mal clima de la isla había producido el cáncer en el hígado que terminó con la vida del Emperador, diagnóstico que fue confirmado muchísimos años después por el profesor Arthut Keith, Director del Real Colegio de Cirujanos de Londres. Después de la muerte de Napoleón, Antommarchi comenzó a preparar la edición de la Anatomia Universa de Mascagni con comentarios personales. Unos años más tarde, la publicó con el título que conocemos de Planches anatomiques du corps humain: executées d´aprés les dimensiones naturelles, edición que dedicó a Napoleón.

Sobre la relación de Francesco Antommarchi con América, se conoce que llegó en 1838 a Cuba, con el fin de encontrarse con su primo, Antonio Benjamin Antommarchi, quien había hecho fortuna en plantaciones de café. Allí se dedicó al estudio de la fiebre amarilla y luchó intensamente por combatirla. También llevó a cabo, en la hija del Marqués de Moya, Gobernador de la Isla, la primera operación de cataratas que se hacía en ese lugar y logró con ella el más completo éxito. El gobernador fundó entonces un hospital para que pudieran beneficiarse de sus servicios los muchos pacientes que sufrían de los ojos y encomendó su dirección al Dr. Antommarchi. Pero en la isla se había declarado una epidemia de fiebre amarilla y tres meses después, el 3 de abril de 1838, murió a causa de esta enfermedad.

Pero ¿cómo llegaron las Planchas a  la Universidad Nacional? Durante varios años esto fue una incógnita, como también la contribución de Napoleón a la copia litográfica. Tampoco se sabía sobre las diferencias entre la obra de Mascagni y la de Antommarchi ni sobre su uso en la Facultad de Medicina o en el país. El Grupo de Investigación sobre Historia de la Medicina trabajó entonces con litógrafos y artistas, entrevistó a profesores de la Facultad de Medicina, a académicos como el Dr Zoilo Cuellar, realizó visitas a museos y bibliotecas de París, Florencia y Siena, leyó el diario de Antommarchi, consultó los programas de anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad durante el siglo XIX y la primera mitad del XX, indagó con bibliotecólogas de la Universidad  Nacional de hace ya años y logró aclarar lo fundamental de las preguntas.

Entre éstas encontró el parentesco entre Francesco Antommarchi y un destacado profesor de la Facultad de Medicina, Juan de Dios Carrasquilla. Por el cuadro genealógico que el Grupo reconstruyó, sabemos ahora que un hermano de Francesco Antommarchi, José María, se casó con la colombiana Victoria García Herreros y Santander y una descendiente de esa unión, sobrina nieta del anatomista, le donó un juego a la Universidad Nacional, a través de su suegro, el profesor Carrasquilla. Toda la evidencia indica que nunca fue usado para la enseñanza.
Esta historia tan mediada por lo personal, por la valoración afectiva de los productos culturales, nos habla de lo endeble y lo frágil, y también de lo perdurable. De los tropiezos como de los logros de la perseverancia. Nos habla de profesores que toman a pecho y como cosa propia el patrimonio de la institución y por generaciones se comunican entre sí entorno a ese mismo empeño. Nos habla de los grupos de investigación de la Universidad que aúnan a profesores  con años de práctica junto a investigadores en formación: Ona Vileikis, Mauricio Escobar, José Alfredo Latorre de historia, Catherine Montagu de antropología, en el grupo de la profesora Estela Restrepo. También de quienes apoyaron ahora el dispendioso trabajo editorial, Paola Ruiz, de la maestría de Historia y asistente de la Comisión del Bicentenario y Verónica Bermúdez , directora editorial del CES. Nos recuerda el apoyo de Edmond Castell y su equipo del Claustro de San Agustín, y de la importancia de consolidar el Sistema de Patrimonio Cultural y Museos de la sede de Bogotá de la Universidad Nacional como medio de preservación patrimonial.

Finalmente, es una oportunidad para recordar cuánto necesita Colombia una política de inversión en educación universitaria como parte de una política en educación pública universitaria. Los Antommarchi nos ponen de presente el compromiso con una tradición de conocimiento y producción cultural. Sabemos también que al entregarle a la sociedad y a un grupo de entidades culturales del mundo esta obra, les hablamos sobre la importancia estratégica de proteger el legado universitario, de salvaguardarlo contra las amenazas del momento. SabLos-dibujos-Antommarchiemos que es una manera de revivir el pacto entre universidad y sociedad y de cumplir con lo que nos ha sido encomendado: formar generaciones en el conocimiento, en la investigación y en la capacidad de proteger nuestro legado cultural.

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