EN LA HORA DE LA REBELIÓN DE LAS SELVAS

Artículo publicado en ElTiempo.com, el el 01 septiembre de 1996

*Myriam Jimeno, Ph.D en Antropología
Profesora Titular jubilada Universidad Nacional de Colombia

Primero fue Calamar, luego Miraflores, El Retorno, Orito, Mocoa, Santuario y las más recientes, Florencia y Belén de los Andaquíes. Unos cuantos nombres exóticos dispersos en la extensa franja amazónica que se abre al pie de los Andes, puestos en evidencia para los sorprendidos colombianos por enardecidos pobladores.

La explicación reiterativa de voceros oficiales y medios de comunicación es bien simple: son los cocaleros, los agentes de guerrilla y narcotráfico.
Es fácil considerar las marchas campesinas del Guaviare, el Putumayo y el Caquetá como respuesta a manipulaciones de la guerrilla o la narcoguerrilla. Más difícil, pues surgen dudas e interrogantes, es preguntarse qué da lugar a tal poder, qué pone en marcha tales mareas humanas a lo largo de extensos territorios.
Vale la pena detenerse en las más socorridas afirmaciones, contrastadas casi exclusivamente por el dramatismo de las imágenes sobre los enfrentamientos.
Los movilizados son presentados como recién llegados a las selvas para trabajar en la coca, enojados por no poder seguir su lucrativo negocio, títeres de los grandes negociantes. Pero, es cierto que los marchistas son recién llegados? La mayor parte de la población de las tres regiones llegó a ellas entre 1950 y 1980, como oleadas de refugiados de la violencia, principalmente campesinos, y continuó con fugitivos de la pobreza rural y urbana de sus lugares de origen: Huila, Nariño y Boyacá y en menor proporción, Tolima, Cundinamarca y el viejo Caldas. Putumayo y Caquetá aumentaron su población vertiginosamente en esos daños, como se constata en las cifras demográficas.
La ocupación masiva del Guaviare es unos pocos años más tardía, pero previa también al auge de la coca.
Antes de la coca Cuando la coca se introdujo en las selvas a comienzos de los años ochenta, ya llevaban los colonos varios lustros quebrando monte y luchando por sacar cosechas de las tierras rojas y lavadas, por entre trochas intransitables.
Por supuesto, al arraigar el cultivo y quedar demostrado su incomparable provecho frente a todos los demás, llegaron miles de nuevos pobladores, no solo colonos, sino comerciantes, pobres urbanos y aventureros diversos, indeseables de la sociedad. Pero aún así, el grueso de la población actual son los campesinos, cultivadores hijos de cultivadores. Los años de ensayos con el maíz y el plátano, con la yuca y el arroz, solo les enseñaron que acabada la selva, la tierra es cada día más pobre, los créditos son escasos, los mercados están muy distantes y los agiotistas acosan. Por qué no ensayar entonces otra cosa? Por qué se lo impone la guerrilla, la narco guerrilla, o los narcos a secas? No, porque lo impone la supervivencia.
Cómo pueden la guerrilla o los narcos, apoderarse por fuerza o por engaño de las voluntades de centenares de miles de personas, pues hablamos de una nutrida población de las tres regiones? La guerrilla en efecto, entró pronto a la colonización amazónica. Algunos vinieron en marchas de refugiados en los cincuenta, caminando desde sitios tan lejanos como Villarica en el Tolima y ocuparon parte del Duda y el Guayabero custodiados por hombres en armas.
La mayoría, sin embargo, llegó después, cuando se vio la cara de fracaso de la colonización campesina promovida por el Incora y la Caja Agraria con créditos internacionales. Era evidente que allí había un filón de amargura y decepción explotable, con o sin coca. La coca, sin embargo, brindó una oportunidad imprevista para la guerrilla. En pocos años variaron desde oponerse a su cultivo hasta aceptarlo, pues todos, campesinos, comerciantes de abarrotes, dueños locales del comercio de coca, todos podían con la bonanza, pagar más a la guerrilla y financiar su expansión.
Rompiendo el cerco Cómo vino de repente a descubrirse que allí se cultivaba coca en miles de hectáreas y era necesario erradicarlas? Tampoco es cierto que no se supiera en todas partes de los cultivos y de su extensión, incluyendo a los más celosos defensores actuales de su erradicación por fumigación aérea, por lo menos desde mitad de los años ochenta.
Si todos sabían pero no importaba, es sin duda un cambio en la geopolítica la que pone sobre el tapete al cultivo. Son cambios en las prioridades políticas estadounidenses, y una coyuntura del gobierno nacional, acosado por la ilegitimidad y la sombra del narcotráfico, la que pone de blanco a los campesinos. No se trata de justificar la expansión de los cultivos de coca o de menospreciar el efecto corrosivo del narcotráfico sobre la estructura institucional y sobre la misma posibilidad de convivencia ciudadana.
Pero sí es preciso mirar las raíces de un malestar tan amplio, irreductible a la simpleza de los agentes oficiosos. Solo una tensión más perdurable y profunda explica la terca desesperación de las movilizaciones.
Es comprensible la preocupación de la Comisión Nacional de Televisión sobre el abuso de imágenes dolorosas, pero son esas imágenes dramáticas las que han roto el cerco militar y señalan la dimensión. Al impresionar la sociedad, al mostrar la aflicción humana han puesto en evidencia el sufrimiento campesino, para que como ocurrió en Bosnia, finalmente la sociedad lo trate como un problema social.
Mientras así no sea, los campesinos se obstinarán en rebelarse, y como en las rebeliones históricas, los campesinos caminan, caminan sin reparar en retenes, heridos ni muertos, con los ojos puestos en la esperanza difusa de sobrevivir.

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