Por Myriam Jimeno
Agosto de 2010
Un día, al inicio de 1992, recibí una llamada de Héctor Riveros quien por entonces era viceministro de Gobierno. Me informaba sobre la creación de la Comisión Especial de Comunidades Negras, según lo disponía un artículo de la reciente Constitución de 1991.
La llamada me tomó por sorpresa pues tenía escaso conocimiento de lo que era la Comisión y sus propósitos, pero lo peor era que el viceministro me preguntaba, como recién asumida directora del Instituto Colombiano de Antropología, si estaría de acuerdo con que el ICAN asumiera la Secretaría Técnica. Es decir, la coordinación de la Comisión. Tratando de no hacer evidente mi desconcierto y de ganar tiempo, le pedí la documentación disponible para poder estudiarla y darle una respuesta.
Creo que muchos eventos y decisiones de la vida se encadenan de manera imprevista y hasta casual. El siguiente fin de semana encontré a Alfredo Molano en alguna reunión familiar. Alfredo me planteó la posibilidad de que una socióloga, que había trabajado como su asistente de investigación y que estaba buscando trabajo, tuviera alguno en el ICAN. Como de paso, le pregunté por la experiencia de ella. Alfredo me contó de sus viajes conjuntos al Chocó y de la tesis de ella sobre el Atrato Medio y sobre la organización campesina de esa región. Me pareció demasiada casualidad, demasiado para ser verdad.
Pero, claro, había que seguir los procedimientos y ver si en verdad me ayudaría a entender de qué se trataba la Comisión. Y Mónica llegó al ICAN. Muerta de risa, con una mini mini falda, no sólo me explicó el proceso que venía detrás de la Comisión, sino que me contagió con su entusiasmo para darle importancia a la Secretaría Técnica. Asumimos el trabajo de la Secretaría y de allí en adelante y hasta la expedición de la Ley de Comunidades Negras, ella siguió con el mismo entusiasmo y empeño. Sólo así pudimos sobrepasar innúmeras dificultades atravesadas en el camino de un diálogo que por momentos parecía imposible entre instituciones estatales, delegados de las comunidades negras del Pacífico y algunos políticos regionales. Fue el tesón de Mónica el que nos permitió proseguir en el ICAN durante algo más de un año, y pese desconfianzas, celos y recelos profundos, hasta llegar a un texto de proyecto de ley y hasta culminar con la expedición de la Ley por el gobierno de César Gaviria.
No sé de dónde le venía su convicción profunda en el trabajo por los derechos de las comunidades negras de Colombia. Sólo sé que todavía se cosechan sus frutos y que aún debemos empeñarnos, con esa misma convicción que Mónica nos legó, por sobrepasar los escollos del proceso de afirmación de derechos de las comunidades negras en Colombia.